lunes, mayo 23, 2005

¿Quién puede matar a un niño?

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Infantes monstruosos. Las semillas de la maldad
Los niños son de por sí traviesos, caprichosos, anárquicos, dotados de un especial sentido de la subversión y con un especial afán por transgredir las normas fijadas por los adultos. Para un niño todo es nuevo, y la curiosidad natural, espontánea e insaciable forma parte de una fase de aprendizaje de una importancia vital para el desarrollo sano y correcto del individuo. Con frecuencia realidad y fantasía se superponen en la niñez, y la crueldad que deriva de su falta de sentido moral no debería crear alarma…hasta cierto punto. Los niños son conscientes de la subordinación a la que están sujetos, y a menudo descargan sus deseos de dominación con compañeros más débiles o con los animales de compañía.
Pero lo que debería ser un inocente juego de roles a veces puede desencadenar la tragedia. Los niños aprenden observando, y sus modelos son, principalmente, sus padres. El niño que aprende en casa que la mejor manera de dirimir disputas es mediante el uso de la violencia, adquirirá ciertas pautas comportamentales que le llevarán a tomar actitudes agresivas frente a los conflictos sociales en vez de utilizar el diálogo, o simplemente, detenerse a reflexionar antes de levantar el puño. Estos pequeños individuos conflitctivos con frecuencia maltratan animales, y el abuso de las mascotas supone un claro indicador de personalidad violenta, y con frecuencia estos niños acaban mutando en adultos disruptivos y agresivos.
El sadismo infantil es contemplado con especial estupor y animadversión. La visión mitificada que poseemos de la infancia como la de una edad dorada alejada de las maldades y maquinaciones de la etapa adulta contribuye a forjar un mito que no deja de ser una invención de tintes rousseaunianos que tiene su base en la nostalgia.
Porque la infancia no es precisamente un periodo feliz, aunque intentemos recordarla de este modo. La infancia está caracterizada por el miedo espontáneo, un miedo a casi todo,a la oscuridad, al abandono, a los monstruos, a lo extraño, y en definitiva, a lo desconocido.
Eso parecemos olvidarlo con frecuencia, y recordamos sin embargo las largas tardes de juego, la ausencia de responsabilidades, los mimos y caramelos, y esa sensación de magia y sobrenaturalidad que lo empapaba todo, en un mundo donde la existencia de las hadas, los gnomos, los reyes magos y el ratoncito Pérez era cuanto menos verosímil.
Esa idealización de la infancia obedece a un ánimo romántico inducido por la nostalgia, pero lo que no podemos obviar es el cariño y el respeto que profesamos a los niños. La ruptura de los tabúes que rodean a la infancia convierte el acto transgresivo en una auténtica aberración. Nos desagrada especialmente observar conductas violentas de los mayores hacia los niños, pero sin embargo, no hay nada tan perturbador como observar una conducta maligna en un menor. Consideramos a los niños como seres puros, carentes de maldad, preocupados solo por el juego y por satisfacer sus necesidades más primarias. Pero cuando un pequeño muestra conductas clara y sofisticadamente maquiavélicas no podemos evitar un escalofrío estremecedor.
Pequeños psicópatas
Según San Agustín, la inocencia del niño es antes producto de de la debilidad de su cuerpo que de sus verdaderas intenciones. Imaginemos un bebé de dos años de diez metros de altura, lo más probable es que en un berrinche nos agarre de los pelos y nos lance al suelo, nos aplaste, nos abra las vísceras para investigar que tenemos por dentro y se lleve nuestros miembros cercenados a la boca para aliviar el picor que le produce la salida de los dientes de leche. Un bebé gigante es un monstruo peligroso, tan destructivo como un Godzilla.
Los niños con frecuencia albergan impulsos agresivos hacia sus padres o profesores, lo cual no tiene porqué derivar necesariamente en un asesinato o un acto violento.
El cine de terror , el escenario más representativo de nuestros miedos más arraigados, nos ha regalado perturbadores e ilustrativos ejemplos de la maldad infantil.
Muchos de nosotros recordaremos el gran estupor que causó en su época la osada película de Chicho Ibáñez Serrador,”¿Quién puede matar a un niño?”(1976), en la que una pareja de turistas arriba a un siniestro pueblo habitado donde los adultos han sido asesinados por los niños, telépatas presos de una fuerza maléfica que les lleva a derramar la sangre de sus mayores utilizando como cebo sus llantos, risas y gemidos infantiles. Es especialmente espeluznante la escena en que el chico descubre a los pequeños jugando a la cucaña con un cuerpo degollado colgado del techo y una hoz. Pero lo que más indignó a la crítica es la escena que se desarrolla hacia el final de la película, cuando se lían a tiros con los niños en un acto desesperado por salvarse y escapar de la isla.
Lo alarmante es que las páginas de sucesos cada vez con mayor frecuencia tienen como protagonistas a menores. El caso de los niños de Liverpool, de nueve y diez años respectivamente, que secuestraron a otro niño más pequeño aprovechando un descuido de su madre para torturarle y arrojarle a un tren emulando escenas de “Chucky: el muñeco diabólico”, todavía nos revuelve las entrañas al recordarlo. Por no hablar de los tiroteos en los colegios a manos de adolescentes frustrados que se suceden en Estados Unidos, los asesinatos lúdicos con armas de fuego,y los capítulos cada vez más violentos de intimidación escolar,etc…Para llegar a la raíz del problema es necesario analizar el cúmulo de factores tanto biológicos como sociales y culturales que propician estas conductas malignas desde la más tierna infancia.
La muerte o el asesinato de un niño no suele ser mostrada de manera gráfica en el mundo del cine y la televisión especialmente, y por extensión al resto de manifestaciones artísticas debido a ciertas convenciones éticas. El cine, al ser más popular y estar sujeto a cierto tipo de subvenciones, tiene una mayor regulación, y la censura siempre se encarga de eliminar estos detalles molestos y perniciosos para la salud moral del consumidor. Sin embargo, otras disciplinas artísticas gozan de mayor permisividad(aunque no siempre), como por ejemplo el cómic o la ilustración, lo cual veremos más adelante y con ejemplos concretos.
Otras películas donde la extrema crueldad de los niños es la protagonista son “Los chicos del maiz”(Michael Gornick,1984), “El buen hijo”(Joseph Ruben,1993),”La aldea de los malditos”, y “Cromosoma 3”(1979), de David Cronenberg, donde una madre neurótica somatiza su odio a través de embarazos ectópicos que degeneran en criaturas malignas encargadas de vengar a la madre descargando todo su odio sobre las personas causantes de su agravio.
Las simientes del pecado
Bebés deformes y sanguinarios como el de “Braindead”(Peter Jackson)y“Estoy vivo!”(Larry Cohen,1973), con largos colmillos y garras afiladas expresan también nuestro miedo ancestral al monstruo, a la criatura abyecta y al embarazo demoniaco.
El bebé que se transforma en gorrinillo en “Alicia a través del espejo”, de Lewis Carroll, causa gran susto a la niña, aunque no hasta el punto de aterrorizarla, al fin y al cabo la analogía establecida entre los bebés y los cerditos es ciertamente simpática, ambos son rosaditos, se hacen sus necesidades encima y emiten agudos y extraños sonidos guturales.
Antiguamente, aunque no hace tanto, se creía que estas aberraciones de la naturaleza eran fruto del pecado, y su existencia obedecía a un castigo divino. Así, los bebés que nacían tarados o con alguna malformación física eran automáticamente ahogados, enclaustrados como algo ominoso y en sótanos oscuros alejados de la vista de los mortales, como si se tratara de un secreto vergonzoso. Algunos eran recluidos en instituciones como “La piccola casa de la Providenza”, fundada por José Bernardo Cottolengo, a cuyo nombre se deben los “cottolengos” actuales, casas de piedad donde los niños subnormales o con graves malformaciones son abandonados y cuidados por monjas o asistentes sociales preparados para ello, y que sobreviven y malviven gracias a la caridad del Estado,de los contribuyentes y del voluntariado.

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